El Duende del Museo
El hombre camina a paso lento, se le ve cansado es alto delgado de cabellos largos ensortijado, descuidado igual que su vieja vestimenta. Se le ve actitud de forastero; a los siete años tuvo que huir del pueblo cuando en la más cruda violencia fueron asesinados sus padres y su tía que eran su única familia. Durante el tiempo que estuvo lejos no tuvo comunicación con nadie del pueblo, su vida se redujo a tratar de sobrevivir en condiciones demasiado adversas para un niño de tan poca edad.
Alcibiades llega de nuevo a su pueblo, se acerca a un pequeño parque. Al detectar su presencia, una perrita callejera le ladra más por el miedo que por agresividad y huye despavorida a toda velocidad, seguida de sus dos cachorros. En lo alto de un frondoso laurel un búho lo observa con sus ojos redondos y escrutadores haciendo que Alcibiades se le erice la piel. Con su mirada fija hacia el firmamento contempla la luna llena acompañada de incontables estrellas.
Una pareja de adolescentes tomados de la mano pasan corriendo tratando de llegar a su casa, tal vez antes de que sus padres noten su ausencia.
En lo alto del majestuoso templo las sonoras campanas dan las doce de la noche, sacan Alcibiades de su profunda contemplación y lo ubican en su dolorosa realidad. Se sienta en una banca y observa una pequeña figura aparentemente humana que no supera los ochenta centímetros; lo ve acercarse y más que caminar parece flotar. Se acerca y se sienta al lado de Alcibiades. Éste lo observa con curiosidad; tiene cuerpo de niño, cabeza completamente blanca, debajo de una espesa barba se advierten numerosas arrugas, en sus hundidos ojos se advierte mucho amor y sabiduría. El corazón de Alcibiades comienza a latir fuertemente se frota las manos no por el frío de esta noche de luna llena sino por el nerviosismo que le causa el extraño ser… Se miran fijamente… Alcibiades ve en los ojos de Martín reflejada mucha sabiduría y conocimiento. En tanto que en los ojos de Alcibiades, Martín cree ver una página casi en blanco de recuerdos vagos ya que ignora todo del día a día de su pueblo.
Por unos minutos apartan la mirada y la mano tibia y suave de Martín toma la fría, delgada y callosa mano de Alcibiades; éste siente como si un corrientazo eléctrico recorriera todo su cuerpo. Martín hace un ademán como si fuera a marcharse pero Alcibiades lo detiene y con su vos entrecortada le pregunta: ¿quién eres? Y el responde: “soy Martín el duende del museo”. Alcibiades nuevamente pregunta: ¿por qué tienes cabeza de anciano y cuerpo de niño?
Tengo cabeza de anciano porque necesito sabiduría paciencia y mucha experiencia para poder instruir a personas como tú que han perdido el hilo de su historia. Tengo cuerpo de niño porque necesito mucha habilidad para saltar ascender y correr. Tengo el poder de conceder a las personas como tú, conocer el pasado, el presente y el futuro. Debes escoger uno de estos. Alcibiades puso rostro e profunda meditación y en su interior reflexionaba, el presente lo estoy viviendo, el futuro es incierto pero mi pasado, el de mi pueblo no lo conozco entonces dice a Martín: “quiero conocer mi pasado y el de mi pueblo”.
El duende le responde: “Muy bien, manos a la obra. No te puedes perder un solo minuto para conocer lo que tanto deseas. Cumpliré tu deseo”. El duende se acerca a Alcibiades, lo toma de la mano y le ayuda a ponerse de pie; lo conduce hasta un lugar muy cerca de allí y pronto están frente a una amplia puerta que se abre con sólo un delicado ademán del cuerpo del duende.
La puerta se abre dando paso a los dos visitantes que rápidamente ascienden las veintinueve escalas que los separa de un corto pasillo que recorren con rapidez y llegan al fondo de este lugar extraordinario por su belleza y por su buen gusto en donde están dispuestos todos los objetos, que aunque no tienen voz propia hablan por sí solos de los acontecimientos de este pueblo.
Se acercan a una exposición de fotografías de los personajes ilustres de pueblo, personajes de la política, la ciencia y el arte. Pero el que más le llama la atención a Alcibiades es la fotografía de un personaje grande por su amor por su humildad y por su sencillez se trata del Padre Pacho como le dice todo el pueblo, que aunque no nació aquí, el mismo se declaró hijo adoptivo de esta comunidad y bajo su sotana ha luchado como nadie por todos los habitantes especialmente por los jóvenes campesinos dándoles la oportunidad de estudiar en una universidad al alcance de ellos.
Siguen recorriendo este bello lugar y se encuentran una pequeña gruta donde se conservan algunas lápidas de algunas personas ordinarias del pueblo y al leer su nombre encuentra el de su amada tía Rosario que fue como su madre. Siguen recorriendo y se encuentran con una piedra muy antigua; el duende se acerca primero hasta a ella y hace señas a Alcibiades para que se acerque contándole que en esa piedra su madre y su tía Rosario trituraban el maíz para las arepas y la mazamorra.
Siguen caminando por otro de los pasillos dónde hay una exposición de las fotografías de las víctimas caídas por causa de la violencia. Alcibiades siente que su corazón se encoge de dolor al observar las fotografías de sus padres y de su tía Rosario. Pero luego de mirarla sin parpadear por unos minutos su corazón se fue llenando de una alegría indescriptible porque no conservaba ninguna foto de ellos y así con los ojos llenos de lágrimas siguen caminando el resto de la noche por el museo, de sorpresa en sorpresa, contemplando, aprendiendo y llenando esa página en blanco de había pasado durante su involuntaria y larga ausencia.
De pronto… les parece escuchar el lindo canto de una campana la cual sonó en el pasado anunciando tanto noticias tristes como alegres y ese sonido se clavó en el fondo del corazón de Alcibiades despertando cada vez más esos recuerdos dormidos que un día el dolor guardó y sello en su memoria de tal manera que no podrá recordarlos… y allí estaba la vieja pero hermosa campana frente a sus ojos levantándose misteriosa sobre su pequeño pedestal.
El duende denota prisa y dice: “Debo retirarme”. Tan pronto, responde Alcibiades y el duende le dice: “Sí. Todos los que vienen a este mágico lugar no quieren irse pero debemos salir”. Ya en la terraza se puede observar un tenue reflejo que anuncia que pronto los primeros rayos del astro rey se harán presentes.
A las seis de la mañana una hermosa chica abre las puertas del Zacatín; minutos después el aroma del café invade la terraza. Para Alcibiades y el duende es imposible resistir a tan especial olor y así entre tinto y tinto avanza la mañana. Alcibiades hace amigos entre pueblerinos y extranjeros.
Muy cerca de allí se empieza a aglomerar mucha gente, representantes de la administración municipal, representantes de la iglesia, grupos culturales. Al fin de muchas molestias y trancones se inaugura el Parque El Tomatero, construido en honor a los cultivadores de tomate. Entonces se empieza a escuchar mucha algarabía y los nuevos amigos de Alcibiades lo invitan para el sitio de la aglomeración. Alcibiades disfrutó de un delicioso almuerzo con cerveza, bailó hasta el cansancio con las chicas del pueblo y era tal su alegría, compartiendo con tantos amigos, que no se dio cuenta en qué momento desapareció el buen duende Martín.
Por: Teresa Galeano