El Guardián de Recuerdos
Gonzalo era un niño de 10 años, cabello rizado, ojos cafés, piel morena por el sol, con un corazón soñador y unas manos trabajadoras que ayudaban a su papá en la recolección de café, caña y tomate; secaban también la cabuya de la finca de su patrón.
Gonzalo era un niño feliz, con un solo par de zapatos y una camisa blanca que usaba únicamente para la misa los domingos, una estera que compartía con Amparito su hermanita de siete años y una mochila donde guardaba sus tesoros: los carritos que el mismo hacía con pedazos de madera y las piedrecillas que recolectaba las tardes de los domingos en la quebrada.
No le molestaba para nada ayudar a su Padre Don Jacinto con las labores del campo, desde los primeros rayos del sol en la mañana, con un tarro de chocolate caliente y una arepa de mote hecha por su mamá, se veía a Gonzalo y a Jacinto atravesar los senderos hasta llegar a su destino, a veces pasaban el día completo, bajo los intensos rayos del sol recolectaban café, lavaban y secaban cabuya o muchas otras tareas dignas de tan laboriosos hombres.
Gonzalo se sentía afortunado, vivía en una humilde casa de un pequeño y colonial pueblo donde se respiraba la libertad en el aire, un pueblo de gente amable y sencilla, con calles de piedras por donde transitaban las mulas cargadas con productos del campo para vender en la plaza.
Cada domingo al salir el sol sonaban las campanas de la iglesia y tras su llamado se veían desfilar como fieles devotos a Don Jacinto, su esposa dolores y Amparito. Gonzalo disfrutaba ir a la misa aunque no entendía mucho, pues todo era en latín, Juntos agradecían a Dios por la semana que terminaba y encomendaban la semana que apenas iba a iniciar.
Para Gonzalo y Amparito los domingos eran un sueño, se ponían su ropa de domingo y recorrían las calles llenas de gente buena, y después de ayudar a su padres a llevar la verdura a casa recibían como premio un dulce de colores que para ellos sabia a felicidad. Ya en la tarde Gonzalo disfrutaba ir a la quebrada que pasaba cerca al pueblo y después de refrescarse en sus aguas recolectaba en su mochila las piedras que según él cuando creciera adornarían la entrada de su casa.
Pero un día al volver Gonzalo sintió en el aire un aroma distinto, y vio perturbado que aquellos rostros ya no sonreían, todos comentaban algo, cuchicheaban y otros hasta lloraban, el sol empezaba a ponerse y Gonzalo aterrado corrió a casa con todas sus fuerzas esperanzado en que al llegar se sentiría seguro, pues su hogar era siempre su refugio, con seguridad allí hallaría ese ambiente cálido de siempre y olvidaría el pesado y extraño aire que envolvía las calles. Apresurado abrió la puerta y la cerró de prisa, su familia siempre era el aliento a su espíritu por más cansado que estuviera.
Ya había anochecido y a la luz de la pequeña lámpara de petróleo estaban Jacinto y Dolores, Gonzalo sintió que su corazón empezó a latir de prisa, en su casa también había un aire diferente ¿Qué era esa sensación que lo atemorizaba? ¿De dónde venía aquello que hacía que le faltara el aliento? Descargó su mochila y se recostó en la estera, pero un terror lo sobrecogió cuando oyó a sus padre hablar de salir del pueblo y abandonar su casa, se sintió morir, Gonzalo de verdad amaba su vida, su gente, su pueblo, no imaginaba vivir en otro lugar, toda su vida había vivido allí, había recorrido cada calle, había disfrutado la quebrada cada domingo desde sus seis años, su vida entera estaba ahí.
Los días pasaron lentamente y todos hablaban de lo que pasaría, Gonzalo no lograba entender la magnitud de lo que se avecinaba y qué enemigo era aquel que quería destruir un pueblo tan bello, evadía la realidad que cambiaría su vida y su futuro.
El día llegó, Jacinto había conseguido prestada una mula donde cargo en costales la ropa de todos y unas cuantas ollas, además de las dos esteras donde habían soñado tantas veces con un futuro para todos y con paso lento y el corazón en pedazos dejaron su hogar. El aire sabia a melancolía y el viento rozaba sus mejillas como queriendo enjugar sus lágrimas, a Gonzalo le pareció que ya nada volvería a ser igual, y lloro, por su pueblo, por su gente, por cada paso que había dado en sus calles, por cada recuerdo de las bellas sonrisas de su amada gente, y así, juntos como su única herencia marcharon hacia su nuevo destino.
Llegaron al lugar que habían preparado para ellos, una pequeña casa con olor a nuevo, hacía mucho que Gonzalo no sentía ese olor, calles amplias y pobladas de gente que como ellos encaraban un nuevo comienzo, y con alegría y expectativa por lo que venía y con el corazón aferrado a su pasado emprendieron la aventura de su nueva vida.
Cada mañana Jacinto y Gonzalo atravesaban los montes hacia su trabajo y a lo lejos veían cómo sus recuerdos se convertían en ruinas y con él la esperanza de que todo fuera una pesadilla y poder de nuevo recorrer sus calles y bañarse en la quebrada, poco después solo agua se veía y a lo lejos una cruz que le recordaba cada domingo que con su ropa nueva escuchaba la misa acompañado de su familia, y sintió que ya nunca más volvería a ser feliz.
Decayó su semblante, de pronto ya Gonzalo no era el mismo, ya casi nunca reía y cada noche soñaba con las calles empedradas, con las campanas de la iglesia que lo llamaban para su encuentro matutino con Dios, soñaba que recorría de nuevo su pueblo, de la mano de su hermana Amparito y hasta sentía en su paladar el dulce sabor de aquel dulce de colores que su papá les compraba los domingos, su corazón vibraba de alegría, pero al despertar las lágrimas inundaban sus ojos al recordar que ya todo hacia parte de un pasado que jamás podría olvidar. Su mochila se quedó olvidada en lo más profundo del baúl, parecía que aquellas piedras ya nunca cumplirían su propósito, ya para él no existía futuro, ni sueños, se había apagado la luz de su alma. Jacinto y Dolores escondían su tristeza al ver que aquel brillo en los ojos de Gonzalo se había extinguido y que su espíritu libre estaba siendo presa de la nostalgia y la melancolía. Cabizbajo y enojado se preguntaba ¿cómo sería posible que alguien pudiera enviar al olvido un pueblo tan amado? no lograba entender como alguien pudiese ser tan desalmado, y añoro conocer a tan malvado enemigo, se formulaba mil preguntas esperando el día en que se encontraría cara a cara con ese villano, tendría mucho que explicar.
El tiempo corría, pasaban los días y Gonzalo empezó a ver las sonrisas de nuevo en las calles, miradas amables que le recordaban la gente de su pueblo, y empezó a sentir que tal vez este no había muerto, parecía que estaba de nuevo en sus calles, y pensó que tal vez aunque con otra apariencia, ese nuevo pueblo guardaba la esencia de su antiguo lugar, parecía que, como ave fénix resurgía de las cenizas, sentía que no solo vivía en su recuerdos, sino en cada rostro amable, en el resplandeciente luz del amanecer, en las campanas de la iglesia y en la esperanza reflejada en el rostro de cada hombre y mujer que luchaban por su futuro.
Y tomó una firme decisión, no dejaría jamás que se borraran los recuerdos de su pueblo, se convertiría en el guardián que pasaría la historia de generación a generación y sin importar lo que pasara, siempre hablaría de aquel lugar que ahora solo existía en sus recuerdos.
No era fácil para nadie aceptar los cambios, pero pronto se dieron cuenta que tan terrible enemigo no era más que una oportunidad de progreso, con las profundas aguas que cubrieron el pueblo llego la luz eléctrica, ya no era necesaria aquella pequeña y vieja lámpara de petróleo, las luces colgaban del techo de forma mágica, pronto se hicieron escuelas donde Gonzalo aprendió a leer y escribir y poco a poco con el paso del tiempo Gonzalo, aunque con su alma marcada por su bella infancia, empezó a sentir que aquel lugar tenía algo especial, como si con una apariencia nueva reviviera su bello pueblo, sentía que cada domingo en la misa era como tiempo atrás y que había valido la pena el sacrificio. Una tarde abrió de nuevo el viejo baúl y saco de lo profundo, su vieja mochila y le pareció que aquellas piedras eran las más bellas del mundo y decidió que definitivamente adornarían la entrada de su casa cuando creciera. Se sorprendía cuando aquellos aparatos enormes llamado escaleras traían a todo los campesinos hasta el pueblo cada domingo, ahora le era más fácil entender la misa, ahora ya no era en latín era en su idioma, había hospital, parques de descanso y día a día había más posibilidades de educación, y a medida que Gonzalo crecía, el pueblo crecía, aumentaba la tecnología y veían que había valido la pena el nuevo comienzo, así que todos juntos, como una familia se esforzaron por sacar adelante su pueblo, por extenderse y convertirlo en un lugar agradable digno de personas que lo habían sacrificado todo apostando a un futuro que en un momento era incierto pero que ahora aparecía ante ellos como un horizonte pintado de esperanzas y sueños que aún se podían realizar.
Gonzalo creció y se convirtió en profesional, se casó con Anita una joven con quien estudio en el colegio y pronto tuvieron a su hijo José, quien desde sus pocos años de edad se convirtió en el primero que escucharía cada historia de la niñez de su joven Padre. Cada noche antes de ir a la cama José se sentaba en las rodillas de Gonzalo mientras él, le contaba sus recuerdos, a Gonzalo le parecía sentir el fresco aire en sus mejillas, estar corriendo en esas calles y la fresca agua de la quebrada. Los ojitos de José resplandecían de fascinación al ver la emoción en los ojos de su padre, lo escuchaba con atención y parecía entender cada palabra que su Padre pronunciaba. “En mis tiempos no era como ahora, le decía, alumbrábamos con petróleo y las camas eran delgadas esteras, desde niños trabajábamos con gusto por ayudar a nuestros Padres, no había televisión así que aprovechábamos nuestro tiempo jugando afuera, teníamos un solo par de zapatos y una sola camisa nueva y el dulce del domingo era especial, hablábamos cara a cara no por celulares como ahora y mamá siempre estaba en casa cuidándonos y cocinando para nosotros. la gente era cálida y cada domingo al ir a misa sentíamos que Dios nos miraba con agrado y hasta parecía que sonreía al vernos llegar, es así querido hijo que puedo afirmar que sin tanta ciencia y tecnología como ahora éramos más felices, porque no es lo que se posee lo que te hace rico, sino lo que llevas en el corazón” y así tal como se lo había propuesto años atrás Gonzalo contó sus historias una y mil veces, llevando a chicos y grandes a caminar por las calles sepultadas por el agua, a disfrutar aquel dulce de colores que vendían en la plaza, a escuchar el ruido de las mulas caminando en las empedradas calles, el guardián de recuerdos había cumplido su promesa, y sus hijos y sus nietos fueron sus más fieles espectadores.
Hoy 40 años después se le ve caminando por las calles de la mano de sus nietos, respirando el fresco aire con olor a esperanza viendo cómo se expande y crece, como progresa, como vienen gentes de lejos para conocer tan bello pueblo, ha visto empresas que han buscado apoyar el cuidado de sus campo y sus gentes, se siente orgulloso de que el sacrificio de su pueblo ha traído avance para tantos lugares, pues esas aguas generan la energía que muchos hoy disfrutan. Ya no ve mulas caminando lento por las calles de piedra cargadas con costales de papa y cajas de tomate, sin embargo las tiendas siguen cargadas de alimentos. Ve los niños con sus uniformes limpios correr al colegio, preparándose para un mañana prometedor, jóvenes practicando deportes convirtiéndose en orgullo para el pueblo entero, y siente que en el aire se respira un aroma de esperanzas, de futuros brillantes, de sueños que pueden tocarse con las manos.
Se dice que semana a semana, Gonzalo, el guardín de los recuerdos, cuenta sus historias en la biblioteca o en el museo, de cómo su pasado cobra vida, de como aquel pueblo que guarda en su corazón resucitó de las cenizas en su hoy llamado Nuevo Peñol, y al ver el progreso entrando por las puertas de su pueblo recuerda aquella tarde en que pensó que nunca más sería feliz. Con su corazón cargado de los más bellos recuerdos del pasado y con su corazón rebosante de alegría por el presente, sabe que el pequeño Gonzalo sigue vivo en su interior dispuesto a que nunca se olviden las memorias de un pueblo que marco su alma y en la entrada de su bella casa se ve brillar con la luz del sol como un camino, las piedrecillas que de niño recogió en la quebrada como testimonio de que tanto él como su pueblo resurgieron de las cenizas.
Autora: Olga Miryam Zuluaga Hincapié