La Danza de las Momias
“El pueblo de El Peñol será tragado por un dragón”.
Profecía del Pbro. José Dolores Giraldo R.
El abuelo Antonio apartó de la repisa un libro y se dirigió al viejo sillón de mimbre ubicado en el corredor, al frente del patio. Retomó la lectura dejada hace tres días, abrió la página 21 y leyó: “Es de suponer que los indígenas de El Peñol, como todos los de la región antioqueña, tenían costumbres…”, minutos después dormía plácidamente con el libro sobre su voluminosa panza. Eran las dos de la tarde y como rutina después de tomar el almuerzo acostumbraba a leer un rato y empatar con la siesta. A sus ochenta años bien vividos, este hábito se había vuelto tradicional e infaltable. De su garganta brotaban unos ronquidos que se asemejaban a los gruñidos de diez leones enjaulados.
El nieto cuidadosamente retiró el libro del estómago del anciano, en su carátula se leía: Memorias de mi tierra.
- ¡Despierta abuelo!, le grita su nieto sacudiendo repetidamente sus hombros. El anciano asustado, pesadamente entra en lucidez.
—Dime, ¿qué quieres pequeño, cómo te atreves a interrumpir mi placentero sueño?
—Abuelo, te he observado hace varios días y deseo saber qué hojeas tan apasionadamente.
—Oye, chiquillo: ¿y para qué te interesan esas bobadas?
—No son bobadas, tengo interés en saberlo.
—Si estás interesado, te lo contaré. Escucha atentamente —respondió el viejo.
Y tomando el libro en sus manos apuntó:
—Este libro hace alusión a la historia de El Peñol, lugar donde vimos la primera luz tu abuela y yo; este paraje ya no existe, el Viejo Peñol fue devorado por un “riosaurio” gigante.
—No entiendo nada abuelo —respondió desconcertado el pequeño.
—Para que me comprendas, mañana te llevaré de paseo a una colina desde donde se divisa el sitio en el cual existió este territorio encantado.
Al día siguiente, cuando el sol calentaba la mañana, el abuelo interrumpió el sueño de su nieto, quien solía dormir hasta tarde, ya que se encontraba disfrutando de sus vacaciones escolares y le recordó el compromiso que habían adquirido la tarde anterior. Juan José, era de los once nietos, quien más semejanzas compartía con el abuelo; además de sus rasgos anatómicos, demostraba seguir los pasos de su personalidad cuando tenía la misma edad. — ¡Ese es mi nieto!, —manifestaba con orgullo.
El anciano cubrió su cabeza con el viejo sombrero aguadeño y se echó al hombro el poncho que lleva estampados los símbolos del arriero paisa. El pequeño colocó la cadena a la mascota y caminando despacio atravesaron la población. Charlando animadamente por todo el camino, el viejo le contó mil historias vividas en su infancia y juventud. El muchacho siente ansiedad por conocer ese lugar; cuando la mañana tocaba su fin, llegaron a la cresta de un cerro tutelar donde se divisaba una laguna grande de color plateado, refulgente con el sol y rodeada por montañas.
En un teatro natural al aire libre, con la brisa acariciando suavemente las mejillas y como espectador solitario, en la mente del abuelo se proyecta la película de los años vividos en aquel entrañable paraje donde creció, fue a la escuela urbana y al colegio León xiii, cuyo rector era Don Ramón María Giraldo. Como protagonista de esta filmación recuerda los baños con los muchachos en las aguas cristalinas del río cerca al viejo puente de madera, los paseos a la Cristalina y El Morro, las calles angostas y torcidas con las casas de tapia, la ventana roja de la casa de la esquina donde tuvo el primer amor y a escondidas le robaba los besos a su amada, el repique matutino de las campanas, la alegría que sentía al compartir un tinto con sus amigos en el café de Juancho Montes a la salida de misa. En fin, tantas e inolvidables vivencias. Tendiendo el poncho en la raíz y a la sombra de un frondoso árbol, tomaron asiento.
—Retomemos el cuento del día anterior —le sugirió el viejo al niño, quien fascinado contempla el multicolor espectáculo que ofrecen gran cantidad de veleros que festivamente se deslizan por la superficie de la represa y que contrasta con el marco natural del verde de las montañas y el azul del cielo que se confunde con el agua en la lejanía, mientras el perro alegremente meneaba la cola.
—Allí, en el espacio que ves cubierto por agua y que brilla como un espejo, existió un pueblo al que llamaron El Peñol. Muy cerca de esa cruz que emerge del agua se levantaba una grande casona de dos pisos llena de bellos balcones coloridos de madera, adornados por matas de begonias y novios florecidos que amorosamente cultivaba tu abuela y que fue edificada por tu bisabuelo ciento cincuenta años atrás.
Cuando trascurría el año 1977 siendo yo un mocetón, en el pueblo corría insistentemente la versión que en las veredas de La Magdalena y Despensas, cerca de las vegas del río y en horas de intenso calor, salía a tomar los rayos del sol un gigantesco “animaloide” al que nadie había podido identificar, pero estaban seguros de que se trataba de un monstruo prehistórico que arrojaba fuego por sus brillantes ojos; de apariencia milenaria y achacoso, lento en su caminar y cola alargada terminada en lanza, emparentado con Satanás y que por sus enormes fauces pasaría sin dificultad una población con todas sus construcciones y habitantes. De su tamaño y de su forma existían las más diversas especulaciones por parte de los que se habían atrevido a mirarle. Nadie coincidía en su descripción; también se creía que llevaba más de un año sin llevar un bocado de comida al buche por la forma de su esquelética figura. Estaban seguros de que podía transformarse —continúo el abuelo —la mayoría de las gentes del vecindario no daban credibilidad a tan fantasiosos y mitológicos relatos y manifestaban que se trataba de cuentos chinos y murmullos de viejas chismosas sin ningún oficio. Para otros no era más que la prédica del cura soñador quien sufría de una vieja enfermedad demencial, para atemorizar a los pecadores con el infierno, además, de conminarlos a frecuentar los sacramentos y pedir la conversión.
¡Y se cumplió la profecía! Cierta noche de un día cualquiera de mayo de 1978 llena de tormentas, truenos y tempestades, se enojó el “riosaurio” y se engulló a El Peñol. Para el postre remató con las torres de la iglesia parroquial. Como testigos presenciales estaban las rocas de El Peñol y el Marial.
De un pueblo quedaron sepultadas sus vetustas edificaciones y con ellas su origen indígena, la fuerza y sacrificio de los cargueros, el espíritu aventurero de los arrieros, la laboriosidad de sus campesinos y la virtud y el trabajo de las últimas generaciones. Desde esa fecha, al anochecer de todos los 21 de junio se escucha la sinfonía de las campanas que con canto lastimero brotado desde el fondo de la inmensa mole de agua, reclaman con dolor y angustia por las tradiciones y huellas de varias generaciones allí enterradas; al viejo Peñol lo sepultaron las fauces de su riosaurio; quien fuera el amante por más de doscientos cincuenta años, compañero inseparable, fiel y mudo testigo de alegrías y tristezas, de amores y desamores. Prosiguió el viejo —el “riosaurio” a causa de su largo tiempo de inanición tuvo una pésima digestión, sufrió grandes retorcijones estomacales; al tercer día con sus noches de paseo por las veredas Guamito y Horizontes entró en un prolongado sueño y cuando despertó al amanecer de una noche de luna llena, tuvo un espantoso vómito; tal como le aconteció al cachalote que se tragó a Jonás en el pasaje bíblico. Su regurgitación había cubierto totalmente sus laderas y cañadas, terrenos feraces donde renació EL NUEVO PEÑOL.
Sí antes el chiquilín no entendía nada, con el tenebroso cuento del abuelo se acabó de enredar. En su cabeza retumbaban muchas preguntas, pero calló.
Toño remató: —Para reemplazar las casas, edificios y en general todas las construcciones engullidas en el viejo pueblo, el nuevo debería ser un territorio de ensueño. Como retribución al histórico sacrificio de sus moradores, estos se merecen un edén con residencias enchapadas en oro, sus calles y vías en vez de pavimento, cubiertas con mármol y los templos bellamente adornados con finas piedras preciosas; tampoco deberían pagar tributos.
Juan José besó amorosamente la frente del abuelo, la cual sudaba copiosamente ¡Parecía que deliraba!
Esa y las siguientes noches “Juanchito” sufrió de pesadillas que lo hacen despertar súbitamente y a su mente acude la presencia pavorosa del riosaurio.
El pequeño creció y se convirtió en joven. El abuelo prosiguió con su añejamiento inexorable por el transcurrir de la vida, pero seguía conservando una espléndida memoria.
Días después el joven suplicó a su abuelito que le contara lo que había sucedido últimamente en ese nuevo territorio dorado.
Con sus manos temblorosas y la voz entrecortada; luego de haber ingerido diez pastillas para sus innumerables achaques, con la ayuda del bordón acomodó su pesado cuerpo en el viejo sillón de mimbre. El abuelo difícilmente retomó el relato dejado años atrás:
—A causa de la inundación fuimos desplazados a un sitio ubicado en unas lomas, donde se edificaron palomeras y gallineros como viviendas y en el que tardamos mucho tiempo en reacomodarnos; aquí no había plaza con su parque, ni quiosco, ni los toldos campesinos; la bella iglesia, el mayor símbolo de religiosidad y cultura, nos la cambiaron por otra que en nada se asemeja a la que teníamos y que tanto aprendimos a querer, debido a que allí fuimos bautizados, hicimos la primera comunión y le prometí amor eterno a tu abuela Elisa. El nuevo pueblito tiene apariencia a barrio de ciudad, muy distinto al apacible viejo pueblo rodeado de verdes montañas y bañado por el Rio Nare. Nuestros campesinos han sido despojados de sus tierras y el pueblo ha sido invadido por foráneos que desconocen nuestra historia y poco les importa las costumbres y tradiciones.
—Abuelo, pero no se puede desconocer que hubo mejoras —replicó el nieto. —Eso es cierto mi pequeño, te lo explicaré: Hace cuatro décadas El Nuevo Peñol ha emprendido una nueva historia, con fundamento en un pasado grande y glorioso; desde aquí se ha marcado un punto de partida con nuevos y numerosos procesos sociales en el ámbito regional y nacional. Se construyeron edificios, vías, zonas comunales y zonas verdes. Hubo cambios de costumbres, la gente se acomodó a otra forma de vivir y con paciencia debió aprender unos comportamientos de vida personal y familiar muy diferentes a los que se tenían.
Luego de saborear una taza caliente de café con leche acompañada de cuatro galletas untadas con mantequilla, continúa el relato —los sitios turísticos como El Marial, La Réplica del Viejo Peñol, la escultura del Ave Fénix, el templo roca y el mismo nuevo poblado son visitados por numerosos turistas. Recientemente ha entrado en servicio la plaza El Tomatero, espacio que pretende reemplazar la plaza pública y el cual se convertirá en el centro aglutinador de nativos y turistas; por el crecimiento de la población ha surgido un nuevo urbanismo. Aparecieron nuevos barrios lo que motivó la creación en el año 2007 de una nueva parroquia, la cual se denominó La Transfiguración. Asimismo, han aparecido grandes construcciones, numerosos e importantes centros de comercio de toda índole, que han ocupado la mano de obra campesina; el sector financiero se ha dinamizado notablemente, al banco Agrario se han unido nuevos bancos y corporaciones crediticias.
Súbitamente el abuelo se calló. El nieto observó su rostro enjuto; por éste rodaban un par de lagrimones semejantes a dos pepas de cristal.
— ¿Te sucede algo abuelo? —preguntó el nieto con asomo de preocupación, dirigiéndose al anciano.
—Hace rato he intentado contarte algo, pero un nudo se me hace en la garganta.
—No calles abuelo, —le sugirió el nieto.
—Escucha con atención, —respondió el abuelo y mirándolo fijamente a los ojos, prosiguió —No todo ha sido color de rosa en la corta historia del Nuevo poblado. —La voz se le quebró. —El Peñol no fue ajeno a la violencia que se desató en el país a finales del siglo veinte y principios del veintiuno. La guerrilla hizo detonar en la población numerosas bombas y en distintos lugares, con la muerte de ciudadanos inocentes; abundaron los desplazamientos, secuestros y ajusticiamiento a civiles indefensos e inocentes sin motivo alguno que horrorizaron a sus habitantes —descansó el abuelo.
—Lo que más me entristece fue una masacre de agricultores honestos cometida en las veredas de La Hélida y la Meseta, como consecuencia de esta, trece campesinos perdieron la vida; allí cayeron varios miembros de la familia. No hubo un solo grupo familiar en El Peñol que no fuera afectado por esta demencial guerra, la vida inmolada del tío “Huguito” fue el aporte familiar. —El viejo “Toño” lloró.
El muchacho se había guardado una pregunta por años. — ¿Abuelo y los muertos? —Se quedaron tiesos del frío —responde secamente el viejo; —sin embargo, últimamente vienen sucediendo unos misteriosos hechos. En noches tenebrosas de noviembre de un costado del sitio donde se levanta la Casa Museo, desde la media noche brotan del charco unas “barcarolas” con forma de cofres fúnebres, cada una tripulada por una momia; embarcaciones que van llenando el territorio de lo que fuera la vieja población y las cuales la brisa hace deslizar suavemente.
Unas momias aparecen decapitadas, otras presentan mutilaciones en sus miembros y numerosas muestran en sus cráneos los orificios de las balas; —las ánimas que no descansan en paz, cada noviembre vuelven nuevamente sobre sus pasos; —le recalca el viejo al nieto.
—De la superficie del agua brota una densa niebla la cual transforma el ambiente en gélido, lleno de tinieblas y penumbra que lo hace sentir sobrecogedor e imperceptible a la vista, en el aire se advierte un aroma a cementerio. Se escucha el golpeteo de las olas cuando chocan con las barcas y al son de una música, la cual no se sabe de dónde emerge; cantan, bailan y danzan éstas almas en estado de purificación.
Antes de las dos de la madrugada se escucha el repique de las campanas que salen de lo alto donde fuera campanario del templo y al toque fúnebre se van aglomerando en forma ordenada alrededor de la cruz que se asoma en el centro de la represa y allí con el frío de la muerte y en completa soledad se celebra entre ellas un rito litúrgico que dura media hora. Finalizada la ceremonia, las canoas se dirigen silenciosas y en caravana al sitio de origen y enigmáticamente los fantasmas regresan a ultratumba.
Una mañana dos pescadores recogían sus aparejos de pesca, cerca de la réplica del viejo Peñol y en éstos encontraron atascada una de estas naves ocupada por una momia sin brazos y su carne reseca cubre lo que queda del esqueleto. Desde entonces estos hombres son visitados por sus familiares en el hospital mental.
El abuelo se sintió complacido de haber narrado al nieto estas historias, que hacían parte de lo más entrañable de su ser; sabía que las vacaciones colegiales de mitad año del adolescente tocaban a su fin y en los días próximos retornaría a la capital para retomar sus estudios.
La salud del anciano se fue deteriorando, ya no era el mismo. No recibía alimentos, su memoria no respondía como antes. Se volvió melancólico, no manifestaba alegría cuando veía al nieto, quien fuera su adoración.
Una primaveral mañana de junio mientras los pájaros cantaban en el naranjo del patio y el jardín florecido adornaba sus corredores, fue sentado en su viejo sillón de mimbre, ya que sentía frío y allí se durmió para siempre… se llevó al más allá la sabiduría, la alegría y sus historias.
Juan José quería ampliar más y más los conocimientos a los ya referidos por el abuelo sobre la historia de El Peñol, por tal motivo tomó el libro que tanto cuidaba el viejo y al azar lo abrió en la página 229, allí se leía: “Conozco solo un hermoso pueblo. Uno solo, cuyas calles angostas y feas están trazadas en mi corazón. Vivo lejos de él pero vivo siempre en él”… Más adelante estaba escrito: “El Nuevo Peñol será otra cosa; un poblado moderno que no conoceremos, que no nos atrae, que no amaremos jamás. Un poblado con alma de motores y con zapatos de cemento”…
Es domingo, son las dos de la tarde. “Juancho” observa la vetusta silla abandonada en un rincón del corredor, y en ella recuerda dormido al bonachón abuelo con el libro recostado sobre su panza.
Para honrar la memoria del viejo, se ha concientizado que serán él y las nuevas generaciones quienes adquieren la obligación de construir sociedad y escribir la nueva historia de su terruño, para dejarla a los descendientes; no deberán permitir que un nuevo “riosaurio” ahogue en una represa de olvido y de indiferencia tanta grandeza y pasado glorioso.
El Peñol que le ha correspondido al joven, está obligado a superar momentos tan nefastos como fue la época de violencia generada a finales del siglo pasado y principios del presente, que tanto nos afectó y de cuyo impacto, aún, no se repone la comunidad. No podemos vivir de recuerdos, las nostalgias serán cosas del pasado; tendremos que luchar por un futuro promisorio que involucre a toda la población. Los líderes tendrán que aflorar.
Recientemente una lancha repleta con turistas, en su mayoría adultos, que recorrían el territorio donde estaba ubicado el viejo Peñol, tuvo averías y se fue a pique.
Los náufragos llenos de pánico y horror, luchaban desesperadamente por salvar sus vidas y en estos momentos sin esperanza alguna y cuando presentían que su fin había llegado, invocaron a las Benditas Almas del Purgatorio:
“¡Socorro, piedad, alivio!
concluimos con gritar.
Oíd mortales piadosos
Y ayudadnos a alcanzar:
Que Dios nos saque de penas
Y nos lleve a descansar.
…Tú quieres que no perezca ninguno de cuantos creen y esperan de Ti. En mi última hora apiádate de mí, que mi muerte sea un paso de este mundo a Ti, Padre, que me has santificado. Concededme, Trinidad Santísima, el eterno descanso en tu amor infinito”.
En auxilio de estos desamparados acudieron cientos y cientos de momias que con prontitud se bogaron las aguas de la represa.
Cuando los paseantes presumían que esperaban turno ante San Pedro para rendir cuentas por las faltas cometidas en esta tierra, prodigiosamente se fueron reuniendo en las ruinas de lo que fuera la iglesia. Ilesas fueron rescatadas todas las víctimas de este accidente fluvial.
Juan José, quien estaba ausente, se enteró de esta noticia a través de una llamada telefónica que le hizo uno de sus tíos.
Por: José Heriberto Duque García