Pedrito el Resueño
Así se le conoce en su pueblo, a un anciano con su cara llena de arrugas, con su espalda encorvada por el trajín de los años, un tabaco que pocas veces apaga y una mirada cálida, siempre listo para ser para chicos y grandes el centro de atención, y aunque muchos no lo crean hay pocas personas que haya visto tan felices como él. 84 años no son poco, recopilan millares de experiencias que hacen de su alma un tesoro, y no significa que todas hayan sido felices, pero como pocos pedrito aprendió a sacar también lo bueno del dolor.
Fue el último de siete hermanos, humilde campesino y agricultor de profesión, al lado de su padre y hermanos aprendió a arar la tierra y a sacar de ella lo más bellos y abundantes frutos, pues su padre, siendo él apenas un niño le enseñaba que la tierra era buena con nosotros al darnos el fruto de las semillas que se sembraban, ella era un regalo de Dios para el ser humano. Y como un mandamiento esto quedó escrito en su corazón, Pedrito amaba el campo, amaba los sembrados y ahora viejo cuando cierra sus ojos recorre de nuevo aquella finquita donde nació, donde fue feliz y donde aprendió a ser el hombre bueno que ahora es.
Pedrito tuvo cinco hijos a los cuales les enseñó su arte, y en lo que le fue posible sembró en ellos aquellas virtudes que ahora parecen escasear. Después del trabajo, en su finca, como un rito sagrado, mientras se quitaba sus botas y se refrescaba un poco, sus tres niñas y dos niños se sentaban con él en el patio y con la más pequeña sentada en sus rodillas Pedrito les hablaba por horas, charlaban y reían hasta que se hacía de noche.
A lo lejos se veía un pueblecillo, pequeño y silencioso donde cada domingo iba a hacer el mercado y en su mula se llevaba uno de sus hijos, que esperaban impacientes su turno y se maravillaban del esplendor del pueblo. Y al llegar a casa contaban a sus hermanitos su espectacular día, los cuales esperaban con expectativa el domingo siguiente.
Sus hijos habían crecido, pero su alma seguía impregnada de los recuerdos de su infancia gracias a un papá maravilloso que les habían enseñado el valor de sonreír y de tener bondad. Habían dejado su finca, pedrito había enfermado años atrás y necesitaban estar en el pueblo, cerca del servicio médico, pero cada fin de semana volvían a la finca que todos tanto amaban.
Pedrito se sorprendía de los cambios, sus hijos bien vestidos, con su computador en las manos, algunos profesores, otros negociantes, sus cinco hijos eran ahora adultos bien educados y sobre todo con un corazón cargado de enseñanzas que aun en su medio, tan diferente seguían practicando.
Ya en su casa pedrito no alcanzaba a ver las montañas, pero había un parque infantil donde sus nietos se recreaban cada que iban a visitarlo. Vivía en un barrio tranquilo, alejado del centro donde estaba el colegio que daba educación a cientos de estudiantes, lejos de la congestión de la avenida principal que parecía reventar de visitantes y turistas que admiraban su pueblo. Pedrito prefería el silencio, pero le agradaba su pueblo, le parecía increíble que años atrás en su mula recorrían las pequeñas calles de aquel pueblo sepultado por la represa y ahora estaba disfrutando algo tan diferente.
La gente del barrio se sentaba alrededor de él para escuchar sus historias, les parecía increíble lo que contaba, las experiencias más bellas e inolvidables; había vivido de cerca el traslado del peñol, desde su finca se veía como un desfile fúnebre la gente marchar, dejando sus casas vacías, “se sentía la tristeza en el aire, les decía, los rostros felices que hoy vemos no eran para nada los que salieron de allá, con su futuro incierto, temerosos tuvieron que emprender la marcha, muchos se negaron pero de nada servía, era imposible evitar lo inevitable.”
Cuando Pedrito recuerda esa época sonríe, nadie se esperaba lo que sucedió, el temor de todo un pueblo se convirtió en esperanzas, salieron con lo poco que tenían y ahora tenían sus manos llenas, sus hijos ahora podían estudiar, educarse, tenían parque de juegos y casa de música, había entidades educativas que ofrecían educación superior a la gente, senderos ecológicos, lugares bellos donde descansar en familia.
Un día sus hijos decidieron llevarlo a un lugar que sabían sería especial para él, le pusieron su abrigo tejido y una bufanda que lo guardaría del frio y emprendieron el recorrido. Al abrir la puerta del carro y poner su lento y tembloroso pie en tierra, los ojos de Pedrito se llenaron de lágrimas, parecía su viejo pueblo en miniatura, de la mano de uno de sus hijos recorrió aquel lugar lentamente, aquellas puertas de madera, aquella iglesia, era todo tan hermoso, su corazón se encogió y rompió en llanto, cerró su ojos y respiró profundo aquel aire fresco, sintió que el tiempo volvía atrás, que recorría aquellas viejas calles con sus hijos en su mula, y por un momento el tiempo pareció detenerse. Aunque amaba su pueblo no podía olvidar tantos momentos bellos guardados en su corazón. Se sentaron todos alrededor de él y por milésima vez, Pedrito sonrió alegre, con los ojos brillantes como un niño y con entonación inundó de recuerdos el aire de aquel lugar, y aun quienes pasaban por ahí se detenían a escuchar los relatos de un viejo con alma de niño.
Al volver a casa, con sus pies cansados agradeció a sus hijos por el paseo, había vigorizado su espíritu y refrescado sus memorias.
Antes de dormir, Pedrito pensó cuan afortunado era, tenía espacio en su corazón para dos pueblos, uno lleno de añoranzas y nostalgias, de recuerdos bellos, de trabajo y caminatas y otro vestido de progreso, belleza y con un futuro abierto a grandes posibilidades. Y pensó que había vivido lo suficiente para dejar impregnada su familia y amigos todo lo que guardaba en su corazón, que había cumplido su propósito y que en verdad era feliz.
Aquella noche Pedrito con 84 años de edad y una alma que nunca envejeció, cerró sus ojos para siempre dejando en cada ser que le conoció la marca de un hombre que hizo frente a todo, que valoro su presente día a día y que evoluciono con su pueblo, siendo testigo de cambios, avances y transformaciones. Sus hijos siguieron contando sus historias pues habían sido testigos de que cada palabra de su anciano Padre y de cómo había amado sus calles con todo su corazón.
Autora: NANCY ZULUAGA